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Y que tendría, el no tener la razón…



Monica Perez Quintero

Algunas veces me he preguntado ¿Dónde surge la necesidad del hombre por poseer la verdad absoluta?
Al parecer este es un problema, que ya tiene su tiempo preocupándonos. Cuando en la antigüedad el Papa Gelasio I, comenzó su búsqueda por estos caminos y después de escribir varias cartas en las que explicaba estas cuestiones; a mi parecer más desde el punto de vista de un filosofo, que desde al punto de vista de un clérigo. Gelasio I, planteo la teoría de las dos espadas, en la que la primera espada representaba al poder del gobierno, y la segunda al poder de la iglesia ponía en juego la validez de la misma pregunta ¿quien tiene la razón? El gobierno o la iglesia. ¿Quién podría dejar la verdad como legado a sus fieles seguidores? Concluyó, en que cada uno se encargaría de los fieles que les correspondieran, pero al parecer y hasta estos tiempos (principios del siglo XXI) esto aun no puede ser realizado, y quizás nunca pueda realizarse, es lo que llamamos una bonita utopía.
Por otro lado en la época de la ilustración, Voltaire dijo: “No estaré de acuerdo con tus ideas, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas”, volvemos a tocar este tema, el mundo se convertiría en un paraíso terrenal, si por lo menos cada uno de nosotros pudiera ejercer su derecho de elección, expresión y por ende un derecho que a todos nos pertenece; el derecho a pensar. Dejando de lado la cuestión ¿Quién tiene la razón?
Esta cuestión ha trasgredido tiempo y espacio, ha pasado de los clérigos, a los filósofos, de los enciclopedistas a los nihilistas. Y después que…
Parecería que no nos queda mucho que decir, pero en la actualidad, a raíz de unas inofensivas caricaturas, que representan a Mahoma con una bomba en la cabeza, se ha volteado a ver de nuevo esta cuestión. Ya que como es costumbre la moral no logra encontrar su morada en la verdad. Un problema ético se convierte en un problema religioso y llega hasta ser un problema de política y un pretexto para los artistas, aunque quizás este no sea el orden de los factores. Expresarse o no expresarse, ese parece ser el dilema, podemos autocensurarnos pero ¿cuales serian las razones validas para hacerlo?
Podría sugerir que tomáramos las verdades como una variable de tantas que hay, y como un ente que existe, que esta vivo, que no lo podemos negar pero tampoco es sano radicalizarlo; ya que por el acho de que esta vivo, se transforma, cambia. Y este movimiento es en donde podemos encontrar a lo mejor la verdad de la verdad. Permitirnos esta ligera osadía nos permitiría dar la oportunidad de existir a otras personas que no piensan como yo, y así yo me permitiría la transformación de mi propio pensamiento. Pero parece que esto me implicaría poner en juego todo en lo que he creído durante toda mi vida. ¿Poner en duda mis propios valores? Suena fácil… la “verdad” es que al igual que la iglesia teme perder su poder, el gobierno se aterra ante la idea de dejar su sitio de honor, y a mi como artista la duda podría abrirme nuevas fronteras para mi trabajo me enfrentaría a lo desconocido, pero yo la iglesia y el gobierno estamos muy a gusto así, y cambiar la comodidad por cosas desconocidas aunque solo sea aparentemente, nos suena como una violación a nuestros derechos, pero seguimos olvidando nuestro derecho a pensar y a existir. Solo hay que reconocer estos derechos para permitir que yo y todos los demás existamos en un mundo que nos pertenece a todos, los de derecha, los de izquierda. Los católicos y los musulmanes, los artistas conceptuales y los artistas académicos. Los rudos y los técnicos, los entupidos y los geniales. Los vegetarianos y los carnívoros. Los gays y los súper machos. Porque todos juntos somos y existimos, podemos aprender los unos de los otros, que en la realidad no hay buenos ni hay malos, solo hay. Y ahí sí, no hay de otra. Triste y lamentablemente nuestro instinto de supervivencia no nos permite ver más allá de nuestras propias narices y peor que perros atacamos a todo lo que nos amenaza, sin pensar. Nos quejamos de las violaciones a los derechos humanos y ni siquiera ejercemos nuestro derecho a pensar.
A nadie le conviene pensar, a nadie le conviene el cambio aunque la democracia nos la metan hasta en la sopa. Y por lo mismo seguimos peleando batallas que no nos corresponden, preocupándonos por pendejadas, ¿me engañará mi novio?
¿Mi vecino me odia?, y después tratamos de justificar una angustia ajena, que si no fuera por las pendejadas, no tendría razón de ser. Ose a que nuestros juicios morales están basados en pendejadas. Porque que tendría no tener la razón, y permitir que los que adoran a Mahoma lo hagan y sin meterme en sus cultos, que tendía que unas caricaturas no se tomaran como un gran agravio sino como una ventana nueva a mi realidad. ¿Que tendría que el presidente de México valla a misa los domingos como cualquier otro mortal? O que al secretario de gobernación le moleste que su hija lea el libro de “Aura”. El problema está en que como a el no le gusta que su hija lea “Aura” nadie lo debe leer. El problema es que aunque yo no soy aficionada al Atalaya, todos los domingos van a mi casa a tratar de convencerme de que estoy mal. Y ellos no están dispuestos a ver mis esculturas. Que sí paso por la “Zona rosa” me tenga que soplar a miles de homosexuales exhibiendo sus rituales de cortejo en la calle. Pero a los heterosexuales les dan sus 24 hrs. De arresto si hacen lo mismo en un carro.
Son pequeños ejemplos que me llevan a, creer en la posibilidad de luchar más que por el derecho a la tolerancia, a luchar por defender también mi derecho a la intolerancia. Y como ya lo había mencionado son cosas que existen y seguirán existiendo, no son buenas ni malas, solo son. Lo único que nos queda para defendernos de los discursos radicales, fundamentalistas, estupidos y engañabobos, es nuestra propia capacidad de pensamiento y nuestro instinto “sospechocista”.
Después de pasear por los discursos de Papas, de políticos y de estupidos lo único que me queda es:
Seguirme pareciendo simpática y luchar por el derecho a ser intolerante…

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